Serguei Yesenin

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Serguei Yesenin

Serguei Yesenin

Traducción al español: Olga Shabliuk

Estimados amantes de la poesía, si todavía no conocen la obra de Serguei Yesenin, este libro es para ustedes. Serguei Yesenin es uno de los principales autores de la llamada Edad de Plata de la poesía rusa, cuyo período abarca finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Serguei Yesenin es uno de mis poetas favoritos; sus poemas me tocan en lo más hondo del corazón, y estoy segura de que también serán interesantes para los lectores españoles.

La poesía de Yesenin es fácil de entender. Es sencilla, genuina, ligera, y, a veces, trágica. Las metáforas reflejan los eventos naturales. El poeta, con pinceladas amplias, pinta en nuestra imaginación los paisajes de la Rusia Central, crea imágenes sinceras de su vida y nos sumerge en la atmósfera de un inmenso amor por su patria.

Espero que, gracias a mis traducciones, los poemas de Serguei Yesenin encuentren eco en los corazones de la gente española y ayuden a superar las barreras lingüísticas y culturales. Estaría muy feliz de que los poemas de Serguei Yesenin se convirtieran en un puente entre las almas de dos naciones e inspiraran a los españoles a descubrir nuevos tesoros de la poesía rusa.

Olga Shabliuk

Se tejió sobre el lago el rosicler de la aurora…

Se tejió sobre el lago el rosicler de la aurora,

en el pinar, los urogallos lloran sonoros.

La lútea también llora, escondida en su nido,

pero yo no lloro; estoy contento con vida.

Sé que cruzarás de noche el anillo de caminos,

nos sentaremos al pie del fresco almiar vecino.

Yo te comeré a besos, te abrazaré sin tregua;

el borracho de amor no teme andar en lenguas.

Tú misma, por mis caricias, te quitarás el velo;

al alba, al matorral, en brazos te llevaré en celo.

¡Y que, en el pinar, los urogallos lloren sonoros!

Hay tristeza alegre en la bermejura de la aurora.

1910

El poeta

Él está pálido y piensa en su destino,

las visiones habitan en lo fondo del alma.

Por golpes de vida tiene el pecho hundido,

sus dudas lo devoran, sin hallar la calma.

Su pelo es un caos y mechones revueltos,

su frente, surcada por arrugas marcadas.

Y su hermosura, de sueños sueltos,

es fuego chispeante de imágenes soñadas.

Sentado a su mesa en un desván pequeño,

la llama de la vela le pica los ojos;

mas el lápiz que aferra, cual fiel compañero,

le susurra secretos, sus ideas locas.

Escribe una canción de tristes reflexiones,

absorbe en su corazón la sombra del pasado.

Mañana venderá sus propias emociones,

y el bullicio de su alma por un ducado.

1910-1912

La tarde de primavera

En el reino vesperal de la primavera lozana,

el río fluye, eterno, sereno y plateado;

el sol se oculta tras la boscosa montaña,

y el cuerno dorado de luna sube flotando.

El oeste se pinta de una raya rosada,

el labrador vuelve del campo a su choza.

En el abedular, al otro lado de la calzada,

canta el ruiseñor su canción amorosa.

Al oeste, el atardecer con franja rosada,

escucha cautivado canciones profundas,

y mira con ternura las estrellas lejanas.

La Tierra sonríe al Cielo oscuro.

1912

El abedul

El abedul blanco

fuera de mi ventana

se cubrió de nieve;

parece argentado.

De sus ramas frondosas,

con níveos ribetes,

cuelgan borlas airosas

como blancos flecos.

El abedul está, de tarde,

en silencio amodorrado.

Los copos de nieve arden

en la llama dorada.

La perezosa aurora

avanza con paso leve,

cubriendo sus ramas de oro

con un manto de nieve.

1913

La tempestad

Los arces se mecen, sus hojas temblorosas,

el polvo fino vuela de ramas doradas,

los vientos susurran, el bosque gime penoso;

y resuena el eco de secas hierbas pampas.

Fuera de mi ventana llora la triste tormenta;

los sauces se doblan hacia el cristal borroso,

y con cabezas gachas mecen sus ramas lentas,

escrutando la niebla con añoranza hosca.

Desde lejos avanzan nubes negras y densas;

el río amenazante berrea como una fiera,

las gotas de agua suben en olas inmensas,

como si una mano fuerte rompiera la tierra.

1914

Mi aldeílla está abandonada…

Mi aldeílla está abandonada,

tierra baldía con su cementerio.

El campo de heno, no segado,

se une al bosque y al monasterio.

Solo hay cinco isbas en mi tierra,

las isbas inclinadas hacia un lado;

sus techos, en burbujas de madera,

se espuman hacia la alborada.

Debajo de la casulla pajiza,

hay cerchas de tejado acepilladas.

El viento asperja con sol rojizo

su moho de color gris azulado.

Y los cuervos, con alas negras,

golpean justo contra las ventanas.

El cerezo agita sus ramas de perla,

cuyas flores caen en blanca nevada.

Mi aldeílla, ¿quizá no hayas existido

y seas un cuento que la hierba pluma

en la mimbrera me susurra al oído

cuando el atardecer marca su rumbo?

1914

Los cuentos de hadas de mi abuela

Por la tarde de invierno, en tropel gallardo,

por los montones de nieve y los collados,

por los patios traseros vamos lentamente,

arrostramos pies a casa, requetecontentos.

En trineo paseamos, y ya estamos hartos,

nos sentamos en dos filas en el cuarto,

y escuchamos los cuentos de la abuela

sobre Iván el Tonto y su parentela.

Calladitos escuchamos, casi sin respiros,

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